Si repasamos el simbolismo de todos los chakras, observamos que existen tres nudos básicos, tres áreas o puertas que deben ser atravesadas para que el camino de la Kundalini fluya libremente.
Cada nudo se representa por un Shiva Lingam, rodeado por algo simbólico en los chakras.
El primero es el Nudo de Brahman, en el primer chakra. El segundo es el Nudo de Vishnu, en el chakra del corazón. El tercero es el Nudo de Shiva en el chakra del entrecejo.
En cada uno de estos sitios, las tres corrientes de energía se juntan, se anudan y se enredan en un reino. En la medida en que tu conciencia penetra el primer nudo, empiezas a soltar tus apegos a todas las sensaciones, los nombres y las formas de las cosas. Estableces una nueva relación con los sentidos y las sensaciones que percibes a través de ellos.
Antes de penetrar este nudo, cada sensación atrapa tu mente, la cautiva, la distrae y te es difícil meditar o estar quieto. Todas las meditaciones que estimulan el punto del ombligo preparan el fuego que hace arder esa barrera y te permite despertar más allá de su umbral.
Finalmente, llegas a la tercera puerta, en el sexto chakra. Este nudo está más allá de los cinco elementos naturales. Es donde se entrelazan ida, pingala, shushumna y los demás nadis. Cuando lo abres, la respiración se equilibra temporalmente en ambos orificios nasales y te conduce más allá del sentido del tiempo y de tu identidad terrenal.
Entonces se dice que el trikuti, los tres ríos, te convierten en uno, «uno que ve a través de los tres tiempos». Como dice Yogui Bhajan, cuando se abre, ves el pasado, el presente y el futuro. Ya no actúas solo para este tiempo, sino para todos los tiempos. Si el nudo sigue apretado, puedes obtener poderes, pero estarás apegado a ellos. Seguirás anudado a ellos como estuviste enredado a los sentidos exteriores en el primer nudo.
Muchas personas creen que se les ha abierto la tercera puerta al entrar al reino de lo psíquico, pero su apego a ese mundo los delata. Cuando logras trascender los cinco elementos y las tres puertas que dan origen a los elementos, te sitúas en un estado no dual, de apertura y éxtasis.
A medida que crece la energía Kundalini y los nudos se van deshaciendo, se expande la percepción del sonido y de la vibración. Los yoguis dicen que escuchan muchos y variados sonidos: el sonido de los animales, pájaros, grillos, campanas, conchas de mar, flautas, el estallido del trueno en el gong y hasta el rugir de un león. Estos son los impactos que llegan cuando se despierta la energía y amplías tus sentidos para captar las vibraciones de todo el universo.
Estas tres puertas son una de las razones por las cuales son tan importantes las tres cerraduras: la gran cerradura, pone una ligera presión en cada una de estas áreas, para que se equilibren en los canales derecho e izquierdo, y la energía Kundalini empiece a fluir y perforar los nudos.
Mezcla y saca a los tres chakras inferiores del adormecimiento, usando el fuego del tercero. Sube la energía desde el tercero hasta el cuarto chakra y comienza a penetrar la segunda puerta. Cuando se aplica correctamente al recitar el mantra, el que está en el líquido espinal se concentra y empieza a abrir el quinto chakra y penetrar la tercera puerta. En la medida en que la energía Kundalini se va moviendo, gracias al equilibrio y la devoción del aspirante, empiezan a ajustarse los cuerpos de nuestro cuerpo.
La sensación durante esta experiencia es el movimiento, sientes que fluyes. Se percibe como electricidad, agua o calor, y tiene diferentes características, como las describen la medicina ayurvédica y la acupuntura. Según el elemento que domina la personalidad en ese momento, el movimiento se experimenta de manera diferente.
Es un movimiento silencioso y constante cuando domina la tierra. Parece un torrente o un rompimiento cuando lo domina el agua. Se siente calor y un movimiento como de serpiente cuando domina el fuego. Y cuando domina el aire se siente vibración, cosquilleo y ligereza. O puede llegar como un gran viento que te expande súbitamente, como si dieras un salto al vacío, como el salto de un mono al infinito, cuando domina el elemento éter.
En todos los casos, el yogui sostiene su postura y permite que todos esos movimientos sutiles ocurran mientras él sostiene el cuerpo firmemente. Al lograr ese equilibrio, hay la quietud de la conciencia, porque el propósito no es brincar y seguir la ocurrencia sutil, sino ajustar, alinear estas sensaciones con la intención y proyección de quien medita.