Los chakras | Unidad y dualidad, sexualidad y chakras

Todas las cosas vienen y van, se mueven y cambian debido al intercambio y a la interacción de estas dos fuerzas fundamentales del universo. Pero sólo ambos ciclos dan como resultado la unidad completa.


Ya hace algunos miles de años, los chinos dieron a estas fuerzas originales la denominación de yin y yang. Del juego de estas energías surge la creación. El yin, femenino, es fertilizado continuamente por la semilla masculina del yang, y engendra la vida en sus formas infinitamente variadas.


El yin y el yang simbolizan de forma muy intuitiva el movimiento rítmico de toda la vida. El yin representa una cara de la totalidad, la femenina, extensiva, intuitiva, pasiva e inconsciente; el yang la masculina, concentradora, intelectual, activa y consciente. Sin embargo, no se incluye ninguna valoración en el sentido de «tener uno más valor que el otro».


También el amor y la sexualidad obtienen su fundamento por esta ley regular. Dos polos pugnan por fusionarse en la unidad, se atraen al igual que se atraen mutuamente entre sí los diferentes polos de un imán. Si se produce una unión de las fuerzas contrarias, se intercambian entre sí.


La mujer y el hombre tienen polarización contraria en todos sus rasgos fundamentales. Esta diferente polarización también existe en el plano energético. En dondequiera que el hombre presenta un polo positivo, la mujer está dotada con un polo negativo, y viceversa. Este fenómeno se produce incluso en el sentido de giro de los chacras (en la homosexualidad, por ejemplo, se presenta una polarización energética opuesta a la norma).


Así, entre la mujer y el hombre existe una atracción y una complementación en todos los planos representados por los chacras, que pueden conducir a una fusión íntima completa. Para alcanzarla, sin embargo, los chacras deben estar lo más libres posible de bloqueos.


Sexualidad y chacras


La sexualidad humana es una forma de manifestación y un espejo del acto perpetuo de la creación, que se consuma ininterrumpidamente en todas las manifestaciones de vida en el universo.


Cuando en el instante de la creación surgió la multiplicidad a partir de la unidad, el ser amorfo se dividió primeramente en dos formas fundamentales de energía: una fuerza masculina fertilizadora, y una fuerza femenina engendradora.


A nivel físico del hombre, este juego de fuerzas se manifiesta como sexualidad. Mediante ella, el hombre está unido en su totalidad con el perpetuo acto de la creación de la vida, y el éxtasis que puede experimentar en ella refleja la bendición de la creación.


Las fuerzas del yin y el yang se manifiestan en todo el universo como polaridad. Para poder existir, todo tiene un polo opuesto. Cada uno de los polos sólo existe por el otro polo; si desaparece una polaridad, tampoco existe la otra. Esta regla fundamental puede aplicarse a todo. Por ejemplo, sólo podemos espirar si también inspiramos; si dejamos uno de ellos, también se nos priva del otro; lo interior condiciona lo exterior; el día condiciona la noche; la luz condiciona la sombra; el nacimiento, la muerte; la mujer, el hombre, etc., siendo en todos los casos ambas polaridades mutuamente intercambiables. Cada polo necesita complementarse con un opuesto.


El equilibrio existente en el universo que nos rodea es el resultado de las relaciones entre las parejas contrarias. Como en este universo todo se encuentra en un perpetuo flujo de movimiento, tanto el yin como el yang están ya presentes en forma latente en el correspondiente polo opuesto.


Esto se simboliza mediante el punto blanco dentro del yin oscuro, y por el punto oscuro dentro del yang blanco. Cada uno de ambos polos oculta en sí mismo en forma de semilla el polo opuesto, y sólo es una cuestión de tiempo cuándo una de las polaridades se transformará en la otra correspondiente. En algunos ámbitos, esta inversión se consuma en fracciones de segundo, como, por ejemplo, en el plano atómico. En el ser humano, este cambio de polaridad, de masculino a femenino, o viceversa, sólo es posible a través de diversas encarnaciones. El día y la noche necesitan en promedio doce horas para efectuar un cambio semejante, y la inspiración y espiración sólo unos segundos.


En la unión sexual, el flujo energético a lo largo del canal principal, del Sushumna, se excita e intensifica fuertemente. El flujo energético del segundo chakra aumenta enormemente y, cuando no existen bloqueos en el sistema de chacras, este sobrante de energía carga todos los demás chacras. Aquí la energía sexual, que representa una forma determinada de prana, se transforma en las frecuencias de los chacras restantes. A partir de los chacras, y a través de los nadis, irradia en el cuerpo físico y hacia el cuerpo energético, y los llena de fuerza vital multiplicada.


En el clímax de esta unión, se produce una violenta descarga mutua de energía a través de los siete chacras y una fusión en todos los planos, representados por los chacras. Ambos miembros de la pareja se sienten vivificados hasta lo más profundo de su ser y al mismo tiempo totalmente relajados; sienten una unión íntima y un amor que va más allá de la voluntad personal de poseer. La relación de pareja se consuma sin depender ya de las cosas exteriores.


Una unión sexual tan satisfactoria sólo puede vivirse en esta dimensión cuando los componentes de la pareja se entregan mutuamente por completo y se liberan de toda angustia que podría obstaculizar el libre flujo en el sistema energético. Basta con que un único chakra esté bloqueado en uno de los componentes de la pareja para que la unión no pueda experimentarse en toda su completitud. El chakra bloqueado provoca, además, una alteración del flujo energético del mismo chakra en el compañero.


La mayoría de las personas sólo viven la sexualidad a través del segundo chakra. En el hombre, asimismo, la energía del chakra radical desempeña un papel dominante como fuerza instintiva física. Sin embargo, si la sexualidad queda limitada al chakra inferior, se convierte en una vivencia en general bastante unilateral, de la que ambos compañeros salen básicamente debilitados e insatisfechos, y tienen la tendencia a separarse rápidamente y seguir por su cuenta. Es como si, en un instrumento de cuerda, sólo se trastearan dos cuerdas, pero nunca se consiguiera sacar toda la gama de sonidos completa.


Desde el punto de vista energético, en una práctica sexual limitada de esta forma, se consume efectivamente mucha energía, puesto que se extraen energías de otros chacras y se transforman en energía sexual, para después irradiarla a través del segundo chakra. Las energías se ven imposibilitadas de tomar su camino natural hacia arriba e introducirse simultáneamente en los siete chacras para llenarlos con energía vital adicional.


El camino más natural para disolver los bloqueos que impiden una unión sexual perfecta en todos los planos, es un intercambio de energías del chakra del corazón. Cuando ambos compañeros de la pareja irradian el amor de su corazón libremente y sin miedos, se armoniza a ojos vistas su propio sistema energético, al igual que el de la otra persona. Los bloqueos provocados por la angustia se disuelven, y es posible un intercambio en los planos de los siete chacras.


Aquí estriba la razón más profunda de por qué la unión sexual se experimenta como muy satisfactoria cuando, además de la atracción física, existe un sentimiento de profundo amor entre los compañeros de la pareja. Se activan las frecuencias superiores y la sexualidad se eleva más allá del estar juntos meramente corporal, hasta convertirse en una unión espiritual.


Éste es el arte del tantra, enseñado y practicado desde hace milenios. Aquí se llega a una vivencia orgásmica ampliamente violenta que, en general, se considera posible. Una experiencia semejante nos lleva de hecho a zonas de otra dimensión de vivencia y sentimiento. Súbitamente somos conscientes de que las energías sexuales no están encerradas en nuestros genitales. Existen en cada una de nuestras células, al igual que el juego de las fuerzas femeninas y masculinas existe en todas las formas de manifestación de la creación.


La unión perfecta con una pareja amada nos lleva a la experiencia de la unicidad interior con la vida que palpita en el universo. Y en el instante del orgasmo, cuando la dualidad se suprime por un momento, vivimos la unidad con el ser absoluto y amorfo, que constituye la base permanente y el objetivo de las polaridades.

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